DE MI VIAJE A OVIEDO

Se han adelantado un poco los hechos que había planeado puesto que hasta el mes que viene no pretendía hacer ningún viaje. Doy por seguro que la ciudad de Oviedo con sus amables, más despreocupadas de lo esperado, y agradecidas gentes iban a seguir estando presentes en una de las más bellas y pintorescas ciudades que he visitado y en la que con gran satisfacción me encuentro ahora. Entendería perfectamente que el agradecimiento se contagiara, ya desde el camino en el autobús las personas del entorno de este norte de España han dejado entrever de que pasta están hechos.
Algo entumecido por el viaje llegué el martes habiendo salido a primera hora del día justo a tiempo para desperezarme en un bar desayunando, comprobando que todos los enseres y papeles que pensaba traerme, algunos artilugios también estuvieran. Y posteriormente en una consagrada mañana brindis al sol hasta llegar al hotel.

Tarde de reconocimiento con la visita a la plaza de la catedral y al museo, en el que bellas y encantadoras pinturas realizadas en torno a principios de siglo pasado aligeraban mis sentidos. Saliendo de allí descubrí la magnificencia del edificio junto a un parque de grandiosos ejemplares de árbol. Me esperaba el concierto del Auditorio junto con una sonora tormenta que en ese momento preciso se levantó rasgando el cielo de la iglesia de nuestra Sra. del Carmen con un ruidoso estruendo. Pasado por agua ya en el recogido Auditorio de Oviedo me sequé como pude y al poco tuve el placer de deleitarme con las interpretaciones de parte de brillantes jóvenes en la Fundación PdA.
Saliendo con el ánimo todavía algo elevado nuevos y claros propósitos de autorrealización brotaban sin espera, cosa que me dio voluntad a dirigirme a descansar y archivar tanta información de vuelta en un solo día hasta la Avenida de Atenas.